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¿Vulnerabilidad?

En recientes conversaciones, varias personas me han expresado el mismo sentir acerca de la forma en la que me presento en mis escritos y sobre mis experiencias personales. Me han dicho algo así, más o menos parafraseado: que les llama la atención cómo expongo mi vulnerabilidad ante el mundo. La respuesta que me he visto entregando es que vengo de un lugar en el que sentí que había perdido tanto en la vida que, al exponer momentos cruciales, realmente no sentía que tenía nada que perder. Venir de un lugar en el que desde el inicio me faltaron tantos componentes que parecían ser comunes en la vida de los demás me proveyó de un inicio distinto al de ellos, ni mejor ni peor.

Llevo días pensando en esos comentarios y me di cuenta de lo siguiente: interesantemente, la gente tiende a hacerse una historia sobre nosotros de acuerdo con lo que le contamos. Entonces me pregunté: ¿de dónde sacan lo de vulnerable en mí? Eso, como consecuencia, me llevó a entender un comentario que generalmente añaden cuando les respondo, y es que ellos no encuentran cómo mostrarse así ante los demás. Luego, entendí que ellos estaban confundiendo una cosa con la otra, y ese será el tema de este escrito.


Para comenzar, quiero aclarar lo siguiente:

Yo no soy vulnerable, soy humana.


Y ese es el común denominador entre estas conversaciones, que la gente tiene miedo de exponer su humanidad. Ser humano es el único título que llevamos desde el principio hasta el fin, y si nos ocupamos de negar o rechazar nuestra existencia inherente, ¿cómo entonces vamos por la vida? ¡La gente tiene miedo de ser gente! Y sí, ciertamente, nuestra humanidad viene con riesgos, como eso de que nadie sale vivo de esta vida. Pero mi pregunta es, ¿con qué están reponiendo su humanidad? La respuesta: yo no sé y no creo que ellos lo sepan tampoco…

Siento que las personas se han formado ciertos tipos de avatares para mostrarse ante la sociedad. Estos avatares son como la pinza del cangrejo violinista (fiddler crab). El macho tiene una pinza mucho más grande que la otra con el fin de mostrarse más alto, atractivo y feroz de lo que es. Y siempre la lleva de frente o sobre sí. Pero no deja de ser cangrejo, aunque dependa de su pinza hipertrofiada para obtener lo que desea. Creo que así nos ha pasado, nos hemos construido unas identidades que eventualmente nos distancian de nuestra innata humanidad.

La realidad es esta: la parte de nosotros que más nos duele es nuestro aspecto humano. Es lo que más tenemos en común con los demás seres que habitan la Tierra. Como humanos, siempre estamos recibiendo confirmaciones de todo a través de nuestros sentidos, tanto los sensoriales como los internos. Es nuestra parte más adicta a las realidades (tanto a las nuestras como a las de los demás). Es falible, genera fobias, llora y ríe en los momentos menos indicados, nunca deja de crecer y es nuestro aspecto más preguntón. En fin, es la parte que la mayoría a nuestro alrededor criticó y castigó por ser nuestra área más pura. Algo pasó en nuestra sociedad que normalizó reprender el lado humano de los seres pensantes.

Así como el cangrejo puede perder su pinza, las personas también pueden perder sus avatares. Y, ¿qué queda entonces? La humanidad en nosotros nunca se destruye, sino que siempre nos espera como el punto de reinicio. Ese trillado dicho de que “somos humanos”, que solo suele usarse cuando se cometen los peores errores o se pasan las peores vergüenzas. Como si ser humanos es una condición de la que no podemos escapar, que siempre nos hará tropezar, olvidando que ser humanos es precisamente lo que nos separa de los animales y de las demás formas de vida. Ser humano es digno de celebrarse.

Precisamente, en la virtualidad del siglo XXI, ser humano no está de moda y se quedó en el pasado milenio. Llevo años diciendo que como el Y2K nunca sucedió, la gente se lanzó a ciegas al mundo del internet, confiando su salud en WebMD y sus sueños de ser millonarios en ventanas emergentes (pop-up ads). El ser humano se volvió un ser virtual y logró exitosamente (lo digo con cautela) esconder aquellas partes de sí que consideraba indeseables. En el internet, todos son bonitos, nadie tiene el corazón roto, todos son valientes, nadie es pobre, todos son exitosos, nadie es ignorante, todos son talentosos, nadie es débil, todos son ideales, nadie puede ser ignorado. Y mientras más se va perdiendo la humanidad en nosotros, las compañías tecnológicas principales desarrollan programas de inteligencia artificial que responden humanamente a las masas, como Siri, Alexa, Bard, entre otros.

Mis experiencias personales no han sido virtuales, sino orgánicas y tangibles. Por ende, fueron componentes integrales en formar a la persona que soy hoy. ¿Cómo pretender esconderme detrás de un templete que, siendo virtual o social, se sostiene de la frágil cuerda de mentiras que los demás, inconformes con ellos mismos, fabricaron a su antojo? Mi fortaleza radica en mi experiencia de vida, desde lo más hermoso, hasta lo más desastroso. Hoy puedo sentarme a mirar el camino recorrido y decir que fueron mis pasos, los pasos humanos, los que dejaron las huellas y sintieron el polvo. Ver el atardecer en las fotos de otro no puede alentar el sentimiento de grandeza que siento cuando lo veo con mis propios ojos. La magia de transformar las pérdidas en crecimiento y los quebrantos en reconstrucción es de humanos. El don de contar historias desde la perspectiva de un aprendiz y no de una víctima es de humanos. Jugar el juego de la vida, aun cuando no te hayan gustado las cartas que te tocaron, de eso se nutre la humanidad.

Así que, contar mis vivencias a la vez que honro a mi sentido humano no es vulnerabilidad. Ser vulnerable es estar expuesto a ser herido o lesionado, pero ¿cómo puede alguien herirme cuando lo que hago es hablar de cómo sané mis heridas y me recuperé de mis pérdidas? Si te comparto alguna historia o parte de mis situaciones, notarás que jamás he permitido que el trago amargo establezca el tono. Te hablo para entablar una amistad con tu lado humano. Sin embargo, si al escucharme o leerme, sientes que lo que hago es exponerme o vulnerabilizarme, quizás tengas que amistarte con tu propia humanidad, bajar tu pinza violinista, desconectar la virtualidad y darte a ti mismo un abrazo.



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