20 de agosto
de 2021
La puerta de mi camino
nunca se ha visto íntima con su dintel.
Está abierta desde que la encontré;
no está segura de ser entrada o salida,
solución o problema,
libertad o dilema.
Mi puerta no espera a que entres o salgas.
Es un simple detalle que viene conmigo
cada vez que me presento ante el mundo
con la promesa de amistad y sonrisa.
Al que llegue o vaya de ida
se le da la bienvenida.
Mi puerta nunca se cierra
porque le gustan los gatitos realengos,
las fiestas espontáneas de la noche,
el romance del Sol con el día.
Goza de las aves migratorias,
de las personas y sus historias.
El que llega a mi puerta ha aprendido
que actúo como si no existiera.
Nunca se la he cerrado a nadie
pero tampoco se la he abierto.
Ha sido refugio de muchos
en medio de sus desiertos.
A su sombra, me siento a saborear la vida
y a contemplar el tráfico de corazones
que a veces me ven,
en otras me huyen.
El que me ve, ha llegado por mí.
El que me huye, realmente huye de sí.
Si algún día percibes esta puerta
es porque nuestras auras se han inventado un juego
llamado confianza, o vulnerabilidad.
Te he dejado ver el lado oscuro de mi Luna
para revelarte mi solsticio en plenitud;
los sueños de mi juventud.
Si al observarla, deseas irte,
mi puerta te extiende la despedida.
Si en vez, prefieres quedarte,
ella te dará remanso en mi vida.
Vete si mi camino te trastoca,
quédate si mi voz te toca.
Que todo el que se aleja de mi puerta
ha perdido el trono que encontró en mi camino.
Aquellos que aman su marco iluminado
beben conmigo el café de mi destino.
Mientras viva, permanecerá entreabierta.
Yo soy la llave de mi puerta.