11 de febrero
de 2022
(editada)
Nuestra historia siempre me ha parecido una sin acabar. A la vez, es una historia que sinceramente no recuerdo cómo comenzó. Sí sé que fue gracias a [...], algo por lo que siempre le estaré agradecida, entre otras cosas. Creo que tenía que ver con tu sentido del humor; siempre me pareciste tan gracioso, sin caer en lo irrespetuoso. No sé qué pudo haberte atraído a mí, siendo que entonces tenía novio y lo más interesante que tenía era un Jetta. Pero nos acoplamos muy bien, al punto de ser inseparables. Cuando le cuento a la gente sobre ti, le digo que nos seguíamos las pisadas: los almuerzos, las clases, hasta en el vecindario. ¿Recuerdas cuando compartíamos piña? Me sentaba en tu falda y te daba de comer. Son cosas de las que nunca me olvido. Como cuando fuimos al museo de arte para la clase de arte, y en particular una vez que fuimos a la librería porque me dijiste que los libros estaban en especial. Y tú por un lado del pasillo y yo por el otro, cantando canciones [...], terminando las líneas del otro. ¿Lo recuerdas? Rápidamente me llegan más memorias, y creo que en realidad quería escribirte para decirte que desde los 22-23 años, que fue cuando nos vimos por primera vez [...], no he podido desarrollar una relación así con nadie más. Asimismo, también te digo que nuestra relación me ha marcado tanto que no me vi en la necesidad de desarrollarla con nadie más. Hay una parte muy profunda en mí, que nadie sabe, que extraña tanto, tanto, ese tiempo contigo.
En muy poco tiempo te volviste tantas personas en una en mi vida. Mi compañero de clases, luego mi hermano, mi colega, mi copiloto, compañero de desayunos y almuerzos, mi consultor, mi homólogo [...], mi acompañante, [...], y otras tantas funciones ocupaste en tan poco tiempo. Y muy buen trabajo que hiciste.
Y creo que esos últimos meses [...] nos enseñaron a convivir de manera extraordinaria. Cosas así cuando me dijiste de los libros que te robaste [...], cuando me dejaste unas películas (con una nota que aún conservo), [...], qué bien hicimos todo lo que hicimos juntos. Somos una institución, algo digno de admirarse.
Y también recuerdo que en algún momento estuviste temeroso de contarme ciertas cosas. Como cuando te casaste [...]. Creo que al juntarlo todo me di cuenta de que en ti había un espacio particular para mí, que por algún motivo mantenías sin que se afectará por otros asuntos tuyo. Y, extrañamente, aún me siento muy protegida por ti, de esa misma manera. De vez en cuando, te ocupas de aparecer para recordarme de ese lugar.
Hay un recuerdo predilecto (entre todos estos que ya te he mencionado) que tengo de ti. Una vez fui a buscarte al vecindario (no recuerdo específicamente para qué) y terminé encontrándote en la cancha jugando con unas amistades. Entonces, me detuve a observarte, y no te voy a mentir, me pareciste el ser más perfecto que había conocido hasta ese momento. Había algo tan magistral en ti, en lo que te compone, que no me atreví a interrumpirte. Pero fue extraño porque en una, casi parecía que habías notado todo eso a distancia y te diste la vuelta a mirarme. Por unos momentos, no sé adónde nos transportamos, pero nos dijimos mucho sin abrir la boca, pero sonriéndonos mutuamente. Y siempre, siempre, me acuerdo de esto porque este lugar lo visito con frecuencia, dentro de mí.
Te escribo simplemente para decirte que te extraño. Quizás porque en tiempos como estos, cuando nadie se reconoce, yo sé que tú sabes quién realmente soy. Porque para ti, diez años y un día son lo mismo cuando nos encontramos. Y porque vivo con tu asiento de copiloto vacío, ya que es muy grande para que cualquiera lo ocupe. Porque, después de tanto tiempo, existe una incondicionalidad entre nosotros que sobrepasa la lógica. Y que, aunque estemos a miles de millas de distancia, lo más que deseo es tu felicidad, como cuando tú me hacías reír porque así eres tú. [...].
Te extraño mucho, y quiero que sepas que la última foto que nos tiramos [...] la tengo en la sala de mi casa.
Ya sabes cómo te quiero.