28 de octubre
de 2024
Hace poco, una amiga me comentaba que el escenario político en Puerto Rico estaba fuerte, haciendo referencia a los ataques entre los partidos y demás. Le dije que, para mí, la política en Puerto Rico estaba en un punto bastante chistoso por eso de la guerra de los billboards. Yo le dije: “Aquí, eso es lo más violento que se ve en unas campañas políticas. Ojalá que allá afuera fuera así, pero en Estados Unidos corre la sangre cuando alguien se siente desafiado”. Ella me preguntó por qué y le expliqué que en EE. UU., muchas personas ven su identidad nacional atada a su preferencia política, que no saben separar estos conceptos. También le di una breve explicación de lo que es ser demócrata, republicano, conservador y liberal (muchos piensan que son sinónimos, pero no todo demócrata es liberal, por ejemplo). Le dije que lo que muchas veces pasa por chiste en Puerto Rico, se considera una ofensa en EE. UU., como se ha estado viendo en estos últimos meses.
Casualmente, en una reciente campaña política en Nueva York, se hizo el “chiste” de que Puerto Rico es una isla flotante de basura. La audiencia se rio y la presentación siguió como si nada. En unas horas, el vídeo se hizo viral y todo el mundo tenía algo que decir. Lo más indignante fue ver los comentarios que defendían al comediante que hizo el comentario. Decían que ese era su tipo de comedia y que siempre atacaba a todas las personas cuando se presentaba.
Lo que muchos no entienden es lo problemático que resulta esa declaración. Primeramente, ya el comediante tiene una plataforma para diseminar su estilo humorístico. Éticamente hablando, debió quedarse en sus confines. Si yo voy a una de sus presentaciones y él dice lo mismo, es mi deber levantarme y dejar el lugar si me siento ofendida. Ya habría tenido la advertencia de lo que iba a darse allí. Jamás se le discute a un comediante en su plataforma. Por algo tiene a sus seguidores.
Sin embargo, el comediante no estaba presentándose en su típico lugar de entretenimiento. Estaba en una campaña política, la cual tiene el propósito de apoyar a sus simpatizantes o de convencer a los indecisos. Utilizar la excusa de un chiste para decir libremente lo que de otro modo sería vetado es pura manipulación, especialmente si se hace a costillas de una población minoritaria y con un historial de abuso por parte de su metrópoli. Atacar directamente a un grupo como parte de una promoción política demuestra las raíces xenofóbicas, racistas y de exclusión de las que se nutre el partido. Al observar el cuadro completo, debemos entender que el problema en realidad no es el comediante, sino aquel que le provee el palco y aquellos que simpatizan con sus aberraciones.
Cuando vi ese vídeo, sentí la misma patada en el estómago que experimenté cuando vi el de los papeles toalla lanzados a la gente dos semanas después del desastre del huracán María. Pero esta no fue la primera vez que sentía eso. Recuerdo claramente, en el 2005, tuve mi primer desdén con la metrópoli. Acababa de ver el documental “La operación” y al final salí del salón con el estómago revolcado. No podía creer que la nación en la que nací fuera responsable de esterilizar al 35% de la población femenina en Puerto Rico. Por años, estimé la nación estadounidense por haber vivido allí mis primeros siete años. Extrañaba las escuelas, las tiendas, la ropa, todo lo que no lograba obtener en la isla. Hasta que, en mi adultez, aprendí que lo que más había obtenido de EE. UU. era ignorancia.
La segunda vez fue en el 2008 cuando vi el documental “The Borinqueneers”, particularmente cuando se dijo que los soldados puertorriqueños habían sido colocados estratégicamente en un área sin salvación durante la Guerra de Corea, en la que murieron miles de ellos. Y esa patada en el estómago continuó cavando un hoyo ahí mismo cuando aprendí que el gobierno federal generó las circunstancias de pobreza e indigencia en Puerto Rico que conllevaron a las eventuales migraciones masivas a EE. UU. Cada vez que aprendía más acerca de la relación entre estas dos naciones, la cosa empeoraba. La Ley de Mordaza, la imposición del inglés, los presos políticos, la exclusión de votar en las elecciones presidenciales… tantas cosas.
Cuando los estadounidenses invadieron en 1898, lo hicieron porque deseaban controlar el azúcar y obtener una posición marítima estratégica para el dominio del occidente. Lean los casos insulares y se darán cuenta de que a Puerto Rico se le trató como posesión desde el principio, y jamás se tuvo en cuenta ni la voz ni el voto de la gente. El pueblo era lo último en la lista de planes estadounidense. Era como si las islas estuvieran deshabitadas. ¿Ustedes creen que para una isla flotante de basura EE. UU. hubiera pasado por tanto? Por lo menos con España, como diría Neruda, “se llevaron el oro y nos dejaron el oro”, pero la nueva metrópoli nos ha minado hasta las matrices. Nos trató como basura desde el principio, diciendo que nuestro español no se comparaba al de Barcelona, que éramos de raza inferior y que necesitábamos de su guía para salir adelante. Les robó las tierras a nuestros campesinos y sustituyó sus manos con maquinaria. Trajo agentes mortales y los diseminó en el archipiélago. Les cerró las fuentes de vida a las mujeres. Los mandaron a morir en guerras extranjeras, todo para que un hijueputa fuera libre y dijera que ellos nacieron en una isla flotante de basura.
Lo peor de todo es que tenemos a compatriotas que apoyan esa plataforma política, a ciegas y sin cuestionar ni una sola palabra. Seres que se odian a sí mismos y a su linaje. A los que les parece perfecto que el colonizador continúe explotando a su patria, ya sea con la privatización de su tierra o generando monedas crypto. Que se sientan a contarle los defectos a Puerto Rico, pero no hacen nada para devolverle un poco de lo que tanto ella nos ha dado. Gente con las raíces colgadas, desterradas, secas por vivir de estafas pirámide pintadas de sueños americanos. Personas que hace rato recitan “In God We Trust”, pero no logran pronunciar una palabra digna de su puertorriqueñidad. Y hoy escribo esto porque ellos son los que más me duelen, porque les llaman basura en su propia cara, y prefieren comerse las migajas del que lo desprecia antes de volverse parte de su propia historia. A mí no me afecta tanto el que nos odien aquellos que no saben lo que es tener más de 500 años de historia, sino que nos detesten aquellos que les dan la espalda a los pechos de Borikén.
Ciertamente sabemos que no somos una isla flotante de basura, no tenemos que aceptar eso. Ya no estamos en tiempos de esclavitud. Sin embargo, espero que esto nos sirva para dirigir nuestro apoyo. Lo que acaba de pasar es lo mismo que le pasa a la mujer maltratada cuando su marido trae a sus amigotes para burlarse de ella. Sí, indígnate, pero usa ese coraje para fortalecer a nuestra comunidad boricua y su legado, no para darle más fama al racista.
Pero recuerda, eso no fue un chiste. Desde antes de 1898 nos han llamado basura. Nos quisieron tumbar el español, la bandera y la tierra, y las únicas balas que les quedan son comentarios que denotan quiénes son realmente la basura.