27 de septiembre
de 2021
Hoy no ha sido fácil.
Ayer me enteré de que una amiga que conocí alrededor de 20 años atrás se quitó la vida. No tengo consuelo, no sé cómo continuar sabiendo que una estrella en mi universo se apagó a propósito y no dejó que el tiempo la hiciera brillar por su ausencia.
Es un dolor hueco y sordo que no me deja sentir nada más ni escuchar otra cosa que una tristeza lejana. Veo la película de nuestra amistad en mi mente, a cada rato. Cómo nos conocimos y cómo la base de nuestra relación era lo que nos gustaba, pero también lo que habíamos sufrido hasta ese momento (sí, lectores, los jóvenes de 16 años llevan sufrimientos legítimos). Hablábamos inglés, vivíamos con padres ausentes, íbamos a la iglesia, éramos niñas sobresalientes. Fuimos a la universidad a estudiar lo mismo.
Fue una persona que me dio pon varias veces, me recordó la importancia de congregarse, y no se dio cuenta de que su luz de “amor propio” le marcaba niveles muy bajos. Corrió y no se acordó de echarse el “combustible” necesario para vivir, la oscuridad le habló más fuerte y sucumbió al adormecimiento perpetuo. Todo amigo perdido me duele, pero esta pérdida cala hondo porque las dos tomamos el mismo camino hacia la adultez, pero no leímos los letreros de la misma manera.
No soy de escribir recordatorios en redes sociales con esperanzas de que el fallecido las lea. En su tiempo, le hice saber a ella lo valiosa que era para mí y le mostré los infinitos de los que se forman las verdaderas amistades. No sé si se han dado cuenta, pero la vida es dura para muchas personas. Lo es para todos en algún momento dado; algunos logramos salir a flote mientras que otros no saben que se están ahogando. Dios sabe que quise hacer más por ella, pero se negó a recibir ayuda tanto de mí como de otros. Y todo empieza en la niñez, cuando tus padres no te aman, cuando eres pobre y la sociedad no te ayuda a igualar las condiciones con los demás, cuando en la escuela te enseñan que no eres parte de un núcleo familiar “normal”. Por más “te quieros” que le pude haber dicho yo o miles más, probablemente solo quería oír los de su familia. Ella era muy amada y me temo que no lo sabía porque en casa solo le enseñaron a sufrir.
Hay una parte de mí, muy pequeña, que se pregunta si pude haber hecho algo mejor. Otra parte de mí sabe que hice todo lo que pude. En la vida debemos comprender que nuestro todo no es lo que los demás necesitan, si es que en realidad logramos entender qué necesitan los demás, si desarrollan la habilidad de decirnos de qué carecen. Mi dolor hoy se debe a que una gran estrella con potencial de ser todo lo que se propusiera creyó que ya no había nada a qué aspirar. ¿Les ha pasado que ven a alguien y le reconocen todos sus atributos y virtudes, como decimos nosotros “a la soltá”? Hay gente que no ve su propio brillo, porque los únicos espejos que les ponen de frente son personas que solo saben hacer tropezar al prójimo. Ella pudo haber sido yo y yo pude haber sido ella. Creo que por eso duele tanto.
Las cosas tienen que estar mal cuando lo único prometedor que se te ocurre es suicidarte. Cuando ningún sueño parece animarte o darte una razón para salir del mierdero que tus progenitores te dejan en herencia. Cuando los amores falsos se sienten tan reales como los verdaderos, pero no sabrías la diferencia porque quizás nunca conociste el amor verdadero, y lo que crees que es amor es solo un efecto de la adrenalina. Y todo esto lo escribo para ustedes, lectores, que pueden leerlo e internalizarlo, ya que mi amiga no pudo o no supo. Hoy lo dejo aquí por ustedes, por si necesitan leerlo.
Tampoco participo en los discursos de “la vida es tan hermosa” porque, aunque vivir es la experiencia más suprema que tenemos, no significa lo mismo para todos. A mis 36 años es que vengo a entender que la vida puede ser una mano derecha que escribe en cursivo perfecto, o una mano izquierda en un mundo de libretas diseñadas para manos derechas, y que cada vez que escribe le pasa por encima a lo escrito. O una mano derecha que escribe feo. La vida también puede ser un pie porque naciste sin brazos, o un dispositivo que marca las letras en una pantalla porque naciste parapléjico. La cosa es expresarse con lo que tenemos, ¿verdad? Pues que nadie te quite tu forma de expresión. Tú eres una perspectiva del Universo, y parte de su bella y creciente complejidad.
Me tomará unos días para lidiar con esto, pero tengo que darme este tiempo para permitirme un proceso de duelo, como todos deberíamos hacer cuando uno de nuestros seres queridos parte hacia su origen. En fin, publico esto como parte del proceso de aceptación, sanidad, y para decirles a todos ustedes que si necesitan ayuda, búsquenla. Estoy aquí para cualquiera de ustedes, sin juicio alguno, sin preguntas ni intolerancias hacia sus tribulaciones. A mi hermano lo perdí a sus 29 años, a otros dos miembros familiares por suicidio. A mi padre jamás lo tuve, porque para tener padre negligente mejor no tenerlo. Pero los tengo a ustedes. Y si hoy no puedo hacer nada por mi amiga, quizás puedo hacer algo por ustedes.
Siempre.
Escojan vivir y escojan cómo los demás verán su historia.
No permitan que otros les escriban su historia.