25 de diciembre
de 2022
Si despertaste y el único regalo que encontraste debajo del árbol fue a ti mismo (sea uno de verdad o un arbolito metafórico), espero que sepas lo afortunado que eres. Este fue el primer año que muchos de ustedes volvieron a integrarse a una sociedad pospandémica (esto lo digo con reservaciones...) y para muchos fue el desafío más arduo de sus vidas.
Este año fue uno particularmente difícil para muchos que se vieron enfrentados con los "peajes" de la salud mental. Algunos sufren de lo que llamo "trastorno de estrés pospandémico" y viven aterrados de acercarse al prójimo. Otros están hartos de las consecuencias del aislamiento y quieren vivir sus vidas al 100%, solo para encontrarse con que la "vida" que habían diseñado ya no es relevante en estos tiempos. En mi caso, me tuve que deshacer del espejo roto que me dejaron en herencia, hacer la travesía de encontrar uno nuevo, y aprender a reconocer una imagen nueva en un espejo sin grietas, a diario.
Y, ¿saben qué sucede? Que a veces, lo que creemos que eran líneas quebradas en un vidrio realmente eran fisuras en nuestro propio ser, y nos toca admitir que son nuestras heridas para entonces poder sanarlas a la medida que se dejen sanar. Tenemos que hacer nuestra tarea diaria, educarnos, entender que no es nuestra culpa sino parte de nuestra naturaleza humana. No sé por qué a muchos se les dificulta aceptar su propia humanidad y sus vulnerabilidades, cuando eso es más fácil que pretender ser de piedra mientras le roban el aire a un alma dolida.
Uno de los defectos que tengo es que aparte de mi dolor, me afecta el ajeno de igual manera. Este año vi a muchos seres queridos sufriendo de enfermedades, tanto físicas como mentales, problemas sociales (desde pobreza hasta falta de educación), cuando no fue que vi a otros convalecientes de otros males, sus heridas de supervivencia todavía sangrando. El sentimiento de derrota por no poder ayudarlos más de lo deseado me consume, hasta me asfixia por tiempos. Y encima de eso, toca la tarea diaria de cuidarse a uno mismo.
Toca aprender que después de una gran oscuridad, debes ser tú mismo el que veas tu propio amanecer, porque los demás no lo harán por ti. No porque no quieran, sino porque a veces ni ellos mismos pueden reconocer sus propios amaneceres. Ese fue mi error por muchos años: siempre quería contarles a los demás cómo iban apareciendo los rayitos del sol en sus vidas sin detenerme a disfrutar los míos. Así me pasó cuando perdí a mi padre, a mi hermano, a mi abuelo y la vida alrededor de sus existencias. Vivía de tal manera que no sabía si amanecía u oscurecía, seguía empujando porque pensando que alguien vendría a validar mi propio amanecer, no sabía que eso solo era un deber muy mío. A veces, lo más difícil es aprender a reconocer esos primeros rayos del alba, seguido por reconocerse a uno mismo sin las distorsiones que los demás nos obligaron a creer por varios años.
Si te encontraste a ti mismo esta mañana de Navidad, qué afortunado eres. No importa en qué condición te hayas encontrado: feliz, triste, roto, incierto, pero estás tú, y ese es el elemento vital para iniciar "la víspera de siempre". Lo digo porque algunos ya no se tienen a sí mismos: se perdieron en el camino o en la batalla.
Estoy muy agradecida por tu existencia, porque eres prueba de que ciertamente debe existir más de 7 colores en ese arcoíris que solo sale cuando las nubes se cuentan sus penas. En ti, muchas veces encuentro un poco de vida cuando la mía se siente algo escasa. Tú, sea quien sea el que me lea, haces que la vida valga la pena vivirla, aunque por tiempos se sienta como un solsticio invernal que insiste en quedarse.
Y como siempre, saben que estoy aquí incondicionalmente.