26 de enero
de 2023
15 de septiembre de 2024
Albany, NY
Espero que esta mañana se hayan levantado sabiendo que, independientemente de las circunstancias por las que estén atravesando, que ustedes están viviendo de la mejor manera que pueden en este mismo instante. El logro de que hayan iniciado otro ciclo de 24 horas les confirma que existen infinitas posibilidades de que, desde este instante, la vida tiene todo el deseo y la disponibilidad de mejorar. Lo más importante en esa ecuación es tu determinación y perspectiva.
Te regalo este consejo: no seas tu peor enemigo. No te “cortes las patas” antes de tan siquiera darte una oportunidad de reconocer lo magnífico que todo podría ser si desayunaras fe todos los días.
Les comparto esto porque esta mañana lo vi claramente. Desde antes de levantarme me di cuenta de que aquellas cosas por las que el corazón se me había roto ya no existen. Las situaciones que nos entorpecen la experiencia de vida hay que desalojarlas, así como los acumuladores deben deshacerse de las pertenencias que en realidad son las que tienen poder sobre ellos. Es tan gratificante pensar que aquello que en varias ocasiones parecía determinar el rumbo de mi vida ya no tiene efecto hoy. Es más, tiene el tono de un programa repetido en un canal del que ya nadie se acuerda. Llevo días recordando esa foto que compartí hace meses, en la que estoy posando con el bizcocho que me regaló Teté cuando cumplí los quince, y el texto acompañante que decía algo así como “siento autocompasión por esta chica que no tenía idea del caos que llegaría unos meses después”. En realidad, es un privilegio poder decir hoy que aquí estoy para ella, quizás hasta más preparada que antes.
Hoy me levanté agradecida porque hace mucho dejé de empezar el día buscando a un padre negligente, pero sí en busca de una nueva página en blanco con esperanzas de reescribir mi historia, o de alguna manera usar mi propia retórica para darle forma. Ya no voy por el camino pensando en la decisión que mi abuelo tomó el último día de su vida, sino que voy aplicando todo el conocimiento jíbaro que se encargó de delegarme todos los días anteriores. De la misma manera, ya no busco cosas que me acuerden la ausencia de mi hermano; procuro ver en cuáles cosas en mi vida él me acompaña y me alienta.
La pobreza solo tiene el color que los codiciosos una vez trataron de emparejar conmigo, por lo que ya no visto colores que hagan juego con lo paupérrimo. La vida de barrio sigue intacta en mí, pero en vez de dejarla definirme, yo la dignifico con cada representación en público. El “qué dirán” hace tanto ruido como cada carro que pasa por mi lado cuando camino hacia el trabajo: no lo escucho porque mis audífonos se encargan de satisfacer mis musas. Últimamente aprendí a hacer flores de papel simplemente porque me gusta, porque la vida es mímica y yo elijo cuáles cosas construir a mano. Ustedes que me conocen desde el 1992 saben que mis manos me han abierto tantas puertas como posibilidades: desde letras y poemas, hasta pinturas y repostería. Estas manos son las únicas que han sabido encunar mi rostro cuando el resto del mundo parecía no reconocerme. Por eso las honro: mis manos han concretizado mucho de lo que inició en mi mente.
De camino al trabajo, me topé con tres jovencitas, y una de ellas (entre 10 y 12 años) parece que quiso cumplir un desafío con las otras y en vez de hacerse a un lado por mi camino, decidió empujar mi hombro contra el de ella. Demás está decir que éramos aproximadamente de la misma estatura. De repente, ese choque inesperado con ella me frenó y recordé lo que la Dra. López Carrasquillo nos enseñó: la experiencia lúdica. Las personas retenemos el 90% de lo que aprendemos divirtiéndonos. Por ende, y aunque a muchos les cueste aceptar esto, nuestra naturaleza es juguetona. Así que, en ese momento, me detuve, me di la vuelta, las miré y les dije: “¿Qué cómico quedó eso, verdad? Jajaja”. Ellas se viraron a mirarme, también se echaron a reír y siguieron por su camino. La realidad es que eso pasó porque esta mañana ya había decidido que nada ni nadie iba a descarrilarme del camino hacia un día que ya traía mi nombre escrito en colores de tornasol. Se me hizo claro que mis huellas en la nieve las hice yo y que nadie las caminó por mí. Que, aunque en la travesía escuché tantos improperios y palabras que solo reflejaban los frutos de sus emisores, la que siempre ha tenido el bolígrafo en mano he sido yo y, por ende, decido cuáles expresiones caben en mi historia personal, si es que alguna de ellas era digna de grabarse. El sentido de satisfacción por comprender que, a diario, la responsabilidad de establecer la melodía en mi vida es mía, se adorna con el empoderamiento suficiente como para querer compartirlo con todos ustedes. La vida nos habla a cada uno en un lenguaje muy personal; lo que me dice a mí quizás ni puedas entenderlo y viceversa. A veces, vamos por ahí con las perspectivas que nuestros ascendientes nos forzaron desde sus heridas y limitaciones. Aun así, debemos entender que ellos nos ofrecen lo que tenían desde el mejor acceso que tuvieron en su tiempo: tengan algo de gracia y compasión con ellos.
Las gafas que llevo no me resguardan de la luz solar, me hacen ver el cielo más azul.